viernes, 25 de noviembre de 2011

RELATO DE UNA ESPOSA

Sara era una perfecta ama de casa, cocinaba estupendamente, economizaba bien el salario que su esposo le entregaba cada mes, atendía a sus tres hijos con mucho amor y devoción y durante las veinticuatro horas que dura el día,  no paraba de trabajar ni un momento; desayunos, comidas, limpieza, meriendas, cenas, la compra, la ropa, la plancha... Cuando llegaba el momento de acostarse despues de una dura jornada, cumplía con los deberes de esposa. Su marido, un hombre sencillo, profesional y tranquilo,  se enorgullecía de tener una mujer tan eficiente y tan limpia. Pero ese pensamiento no lo compartía con ella, solo se dedicaba a propagarlo a los cuatro vientos ante sus compañeros de trabajo, acuciado por la necesidad de presumir por la penosa envidia que lo embargaba al escuchar el ritmo de vida que algunos de ellos decían llevar.  Así, de este modo, habían vivido durante doce años. Pero un día, Sara, se levantó mareada, intranquila. Hizo, como todos los días, sus labores, esfonzándose mucho hasta que por la tarde, se encontró mal. Sara sabía que la causa de sus síntomas no se debían a ninguna enfermedad, se trataba de puro agotamiento producido por el sopor y el aburrimiento de una vida monótona que no le proporcionaba ningún aliciente más que,  el ver cómo sus niños iban creciendo día a día, fuertes y sanos. Así que decidió que cuando su marido llegara a casa,  le comentaría su estado de ánimo y le propondría la posibilidad de buscarse un trabajo, aunque fuera a media jornada, para poder entretenerse y respirar un poco de aire nuevo. Pero cuando su marido llegó y ella le expuso sus ideas y sus planes futuros a él no le gustó su planteamiento. Le dijo: ¿ Para qué quieres trabajar con lo bien que estás en casa?. Tú no sabes lo que es un trabajo a las órdenes de un jefe. En casa estás perfectamente. Deja que yo me encargue de alimentaros y tú dedícate a lo que tienes que hacer.... 

Sara se acostó esa noche preocupada por la respuesta de su marido. No le había sentado bien el despotismo que él le había mostrado. Tan sorprendida la dejó que no pudo debatir la cuestión para intentar, al menos, convercerlo de que a ella le vendría muy bien trabajar en algo diferente a lo realizado hasta ese momento. Ella tenía estudios de informática y esperaba que eso le valiera para emplearse en una empresa de sofware donde  pudiera renovar sus conocimientos. Entristecida intentó dormir, pero  fue incapaz. Al día siguiente, sus síntomas se habían agravado impregnados de tristeza. Así que no tuvo ganas de hacer nada. No hizo las camas, no barrió los suelos y calentó unas pizzas precocinadas que guardaba para un día de urgencia. Sus hijos le preguntaron durante ese día si se encontraba mal, si estaba enferma, a lo que ella respondía que sí, que tenía gripe. Después, en silencio, se recluyó en su habitación para darle vueltas y más vueltas a  la conversación que  mantuvo con su marido. Entonces, se le ocurrió preparar una sustanciosa cena con la esperanza de poder charlar más tranquilamente que el día anterior. Se puso manos a la obra. Preparó la mesa, colocó un par de velas para darle un aire romántico y puso música. Cuando su marido llegó y miró la mesa perfectamente puesta, sonrió, pero no le agradeció el dispendio hecho para y por él. Aún así, Sara no se lo tomó a mal. Se sentaron ambos a cenar y ella,  intentó de nuevo,  exponer las causas que  justificaban sus nuevas intenciones. Su marido, con expresión fría en la mirada, escuchaba los razonamientos que su mujer, con vehemencia y claridad meridiana le expuso. Mientras ella hablaba, el  cerebro de él  se colapsó por un momento y dejó de escuchar el alegato de su mujer para invadirse de una rabia que,  hasta ese momento, no recordaba haber sentido. Se preguntaba una y otra vez, ¿qué necesidad tendría ella de querer ir a trabajar, con los inconvenientes que esa decisión generaría en las vidas de toda la familia?.¿Para qué y a cuento de qué venía ahora con esa tontería a molestarlo con lo bien que estaban?. Inmediatamente se le ocurrió que quizás había algo más oculto para tomar esa decisión que  no le quería contar... suspicaz, su pensamiento volvió a centrarse en el monólogo de su mujer y esperó a que ella hiciera una pausa para preguntarle: ¿ Tú no me estarás mintiendo para verte con otro verdad?. Sara se quedó callada. Lo miró primero atónita por la pregunta y después, sin querer, asomó a su cara una sonrisa divertida. Pensó en la ocurrencia de su marido y le hizo gracia que sospechara de algo ridículo solo por plantearle lo del trabajo. Estaba claro que él no la estaba escuchando. A su vez, él al ver esa sonrisa que le pareció despreciativa, reventó. : ¿ Se puede saber a qué viene esa sonrisa?, ¿ acaso te estás riendo de mí?, ¿ qué pasa que ya no te valgo, te gustan más otros?.

Sara tragó saliva, el tono de su marido se había elevado a límites que ella jamás le había escuchado. Un poco asustada decidió levantarse de la mesa e irse hacia la cocina, dando así por terminada la conversación. Estaba claro que su marido estaba siendo un intransigente, que no quería que ella trabajara, así que tendría que aceptar su derrota y seguir haciendo lo mismo de siempre... todo esto iba pensando cuando él la cogió de un brazo y la asustó. Allí de pie, cerca ya de la puerta de la cocina, su marido apretó su brazo y a gritos le dijo: ¡ No vuelvas a levantarte de la mesa dejándome con la palabra en la boca joder! ¿ Lo entiendes?. Su cara, su boca abierta, sus ojos desmesuradamente saltones, dejaron a Sara completamente empequeñecida y asustadísima. Comenzó a temblar, un temblor de esos involuntarios que delatan tus miedos o tus nervios. El lo aprovechó, sabía que ella estaba asustada pero en vez de tranquilizarla decidió aumentar sus miedos. Lo hizo por dos razones que sopesó en menos de un segundo, la primera era que de esta forma sabía que su mujer se amedrentaría y dejaría de pensar en ir a trabajar afuera dejando el hogar desatendido, y la segunda, era la mejor de todas las razones. El, en ese momento, se sentía , en verdad hombre. Ejercer el poder a gritos hacía que pudiera desahogar todas sus frustraciones laborales, que no eran pocas, y al mismo tiempo se sentía poderoso como un coloso.  Ella, temerosa e incrédula, quiso decirle que la dejara en paz, que la estaba asustando, pero sin saber por qué sus palabras no salieron de su garganta. El miedo lo invadió todo. El primer bofetón cayó sin esperarlo, aventajado por la sorpresa y por el temor. 

Sara se arrugó. Como un pequeño zapatero que se encoje ante el peligro, encogió su voluntad y su tesón, sus esperanzas y su ilusión. Y así se quedó. Años y años pasaron en la más absoluta tristeza, masticando el desamor a diario, el rencor derivado de su propia cobardía y la compasión hacia sí misma. Envejeció sus días sin vivirlos y sus hijos crecieron en la amargura de un hogar deshecho y sin amor. Su marido no cambió, se hizo cada día más y más fuerte alimentado por la debilidad de su mujer. Hasta el día de su propia muerte Sara no dijo nada a nadie, no se confesó con nadie, no pidió ayuda a nadie. 

Terminó sus días con un balance triste y lastímero, dándose cuenta tarde, que sólo una vez se vive, solo se está aquí, en el mundo,  una vida y que desaprovechar las oportunidades por la intransigencia y por la imposición del que amas es,  anularte como ser humano y  perder tu derecho a vivir . 

" A las 54 de este año y las cientos y miles que suman las anteriores".  

1 comentario:

  1. Por desgracia esto no parece que vaya a parar, son cientos, miles, las mujeres sometidas a un machismo atroz y que muchos condenamos pero el poder establecido no atiende esas peticiones, un beso..

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